Hacia una sanidad pública fuerte: la lección de la crisis de MUFACE
A pocas semanas para que termine el concierto de MUFACE con las aseguradoras privadas ASISA, Adeslas y DKV, el futuro médico de millón y medio de personas, entre trabajadoras y sus familias, está en el aire. La sanidad privada quiere más dinero para renovarlo (un 34% más de lo que cobra ahora) y el Gobierno se planta en la mitad (una subida del 17%). Por el momento se han anunciado nuevas negociaciones y, en el caso de que se agote el plazo sin acuerdo, el Gobierno podría forzar una prórroga, de al menos nueve meses, hasta que se solucionara la situación.
El modelo mixto que se ofrece al funcionariado se definió en 1975, cuando el Sistema Nacional de Salud no podía atender de forma adecuada a toda la población. Desde entonces una mayoría del funcionariado de la Administración Pública (hasta un 75% en la actualidad) ha elegido las opciones que ofrecía la sanidad privada, en gran parte por las facilidades de horario de atención en consulta y en la movilidad geográfica. Sin embargo, durante los últimos años el desangre de este modelo no ha hecho más que crecer. Y no es de extrañar. No se trata de un sistema alternativo al público, sino un parche que no se ha querido enmendar durante décadas. El contexto en el que se creó no es el mismo que vivimos actualmente, y solo una apuesta decidida por la sanidad pública puede evitar el copago sanitario y la evolución hacia un sistema deshumanizado y ultracapitalista.
Un modelo basado exclusivamente en el beneficio económico no asegura el cuidado de las personas en los momentos en los que más lo necesitan, tal y como demuestran sus prácticas. Cuando la enfermedad se pone seria, las aseguradoras invitan a marchar, bajo la premisa de que la pública tiene mejores profesionales, medios y hospitales —cierta en todo caso—. La pandemia diezmó su atención primaria, en la que era imposible conseguir una baja ni pruebas PCR para las personas que las requerían. La petición de las pruebas médicas debe ser autorizada desde sus centralitas en procesos burocráticos poco transparentes y a menudo demasiado lentos para la persona enferma, y aún peores para el acceso a atención psicológica. Sus aseguradas/os temen enfermar lejos de una ciudad en la que haya un servicio de urgencias concertado con ellas por miedo a tener que pagar si son atendidas en centros de la red pública. Sin olvidar las pésimas condiciones laborales que ofrecen a sus trabajadoras/es.
Parece evidente, por tanto, que se trata de un sistema caduco, ineficiente y que priva de recursos a la sanidad de todas y todos, y para el que debe ofrecerse una transición ordenada hacia un sistema sanitario público universal. El Gobierno debe asumir que no puede acceder a la coacción de estas empresas multinacionales, quienes en cada convocatoria suben exponencialmente el precio de sus servicios: no es ético, eficaz ni sostenible. La salud de más de un millón de personas no puede volver a estar en manos de las directivas de tres empresas. Y durante el proceso, planteémonos evitar el ruido provocado por la patronal sanitaria privada a través de decenas de artículos con elucubraciones alejadas de nuestra realidad social, política y económica.
La Seguridad Social tiene la capacidad de absorber a todas las personas que actualmente están en el sistema privado, como el propio Secretario de Estado de Sanidad ha asegurado. Es necesario que la transformación hacia este modelo sea meditada y no a causa de una falta de acuerdo, de forma que se garantice la cobertura médica de las personas que ya están bajo tratamiento y el traspaso de los historiales médicos. En consecuencia, una financiación suficiente es imprescindible para reforzar los sistemas de salud públicos autonómicos.
Los chantajes de la sanidad privada deben enseñarnos que nuestra estabilidad sanitaria no puede depender de la avaricia empresarial en los procesos de negociación que tienen lugar cada dos años. El personal docente de la pública, universitario y no universitario, somos quienes llevamos años viendo de primera mano los peligros de la privatización. Independientemente del curso de las negociaciones, apostemos por un sistema público fuerte, elijamos la sanidad pública y participemos de sus reivindicaciones.
Ahora más que nunca, pásate a la pública.